La perfección es un constructo mental, y por tanto sólo existe en nuestra mente en razón de nuestra subjetividad.
Para una persona el caos puede ser sinónimo de perfección y para otra persona, el orden. Para una persona puede ser la máxima exigencia y para otra, la máxima permisividad.
La perfección es una idea platónica que habla de aquello que nos proporciona bienestar, aunque según la tradición taoísta, el máximo bienestar sería la máxima aceptación.
Así podríamos llegar a un círculo vicioso en el que quedaríamos atrapados en conceptos.
El mundo es como es, y quizá siga siendo como es, nos guste o no, lo aceptemos o no. Aunque eso es algo que no sabemos.
Nuestra subjetividad puede continuar etiquetando el mundo y las cosas del mundo como buenas o malas, como perfectas o imperfectas.
Pero el mundo no está diseñado para ser bueno o malo, simplemente es.
Y el mundo posee un estado del Ser, que ya de por sí, por el mero hecho de ser, es a la vez perfecto o imperfecto.
Con esta reflexión no pretendo insinuar que debemos dejarnos llevar por la desidia, sino que si abordamos el mundo sin deseos, sin anhelos por lo que podría llegar a ser, y aceptamos que el mundo está bien como es, AHORA, encontraremos más paz y disfrutaremos más las cosas.
Lo cual no quiere decir que no podamos modificarlo a nuestro gusto en la medida de nuestras posibilidades, o que los humanos no podamos encontrar gustos comunes para hacer el mundo que queremos entre todos, pero, insisto, siempre primero desde la aceptación (mínima o máxima, lo que se pueda!)